lunes, 3 de febrero de 2014

Jugar a matar de amor.

Como oportunamente he contado en mi antigüo librito de los recuerdos virtuales, la operación indiscriminada de hacernos creer que el amor existe, está al acecho. Las deficiencias del ser humano, así como la necesidad de sentirse querido inclusive con la más altanera frivolidad, nos condicionan a ser parte de un bien llamado "cuento de la buena pipa" -del amor-.

"El amor es una mierda", me dijo hace mucho un tipo sabio. No hablábamos el mismo idioma, pero nos entendíamos a buen ojo y con miradas cómplices. Lo conocí aburguesado, en mis épocas de viajante con ira y sed de más. Me sacó la ficha rápido, no era un perejil de huerta, sabía que en algún momento (nunca imaginó que 19 años después), sus palabras resonarían como nunca antes.
Contándome sus experiencias de la noche, con su corazón en la mano, sacó a relucir su lío y declaró eterna cizaña con el que ya no nombraremos. Ese que nos descalabra sabiendo cómo vamos a completar el cuento.

Hacía unos 30 años había vivido secuencias que me hicieron acordar a este último fin de semana. Una serie de desencuentros dentro del recinto mejor del momento, donde la droga más sutil no causaba efecto. Una ciega con el corazón herido y helado por el orgullo, y una manía oscura llena de alborotos con tipos sin traje y con hambre de tirarse a la más pobre esclava, le mostraron la crueldad con su minita. Lloró. Lloró mucho.

El amor no existe. Es una condición de necesidad amparada por la falta de algún que otro afecto. O alguna falla. O también culpa de esos seres despreciables que entienden por códigos la misma mierda.

Irónicamente de fondo se escucha que "... Tarea fina perdida en mi soledad...".


No terminará así.

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