martes, 14 de diciembre de 2010

Por varios cuerpos de ventaja.

Por Eugenia Straccali




PERGOLINI NO ENTIENDE.




“Si apostás a lo grande ganás a lo grande” le dijo al Indio el locutor-empresario Mario Pergolini en ese infame reportaje que tuvimos que soportar: escuchar al Indio Solari, un gran artista, mediado, mediatizado por un entrevistador mediocre y muy limitado, con buena fama en el barrio radial, cuyos más grandes referentes son los “intelectuales” Antonio Carrizo y Héctor Larrea –que al menos conocen la gramática del español-. “¿De quién sos esclavo, quién te ubica?” le dice al soberano Carlos Solari el esclavo Pergolini, el esclavo de su propia estupidez, inubicable, porque está en todas partes a la vez.

El Indio Solari, para dar cuenta al público de su nueva obra artística, debió valerse de un medio público para hacerlo y lamentablemente su interlocutor fue una persona absolutamente negada a sus matices, al ritual del diálogo en el arte. Todo fue interrupción, mala interpretación, agua berreta para bautizar un vino del mejor. Pergolini entrevista como un empresario curioso por un producto rentable: ¿cómo llegaste a ser TAN consumible, Indio? parecía ser su única pre-ocupación. Pero a ninguno de nosotros nos interesa si el Indio hace plata o es millonario, tal como al Indio no le interesa nuestra vida económica. La relación del Indio con nosotros es la de un artista. Su vida empresarial –sus ganancias o su quiebra- no nos interesa.  Pero el de Pergolini es el interés de un empresario seudocontestatario, que sólo hace alianzas, asociaciones comerciales y trafica con la palabra, incluida la poesía de los artistas. “¿Cómo te ves en la tapa de la Rolling Stone?” le preguntaba a un Indio que lógicamente no sabía en principio cómo contestarlo, hasta que luego le dice que es una de las tantas formas de sostener el discurso poético. Algo que por supuesto…

PERGOLINI NO ENTIENDE.  

La diferencia de las voces: no se trata de timbres naturales, ambos son profesionales de la voz y allí también hubo una diferencia. Pergolini –locutor de radio y televisión, Martín Fierro al mejor speaker del orto- habla, y al hablar chilla, no sólo habla como un empresario, con los valores y la visión del mundo de un empresario, y desde ese lugar entrevistó a un artista. Su parla empresarial era una interrupción, que acompañaba el tono, ese tono cercano al ruido que tan bien ejerce en la bromita, la descalificación, el chiste de último banco de colegio secundario, las frases en las cuales siempre le habla al Sr. Pedo. Pergolini no escucha, sólo parlotea –mal de muchos locutores argentinos enamorados de su propia voz–  vocifera, interrumpe con esa voz de graznido arrastrado que apenas imposta con su carnet de locutor cuando vende algo, ante la voz armoniosa del Indio que siempre le dice otra cosa. Y así la gola, no fané por las noches perdidas en la espesura del bosque sagrado, sino  gastada en el carraspeo de la pelotudez (porque “es un tipo espeso/ sumiso como un guiso y más…”), esa voz no dejaba expandir la voz profunda del Indio, la voz grave y pausada de su cadencia luminosa, de sus genialidades artísticas dichas con dudas, incertidumbres, desvíos.

Pergolini  se superponía a sus palabras y cómo sus intereses sólo eran comerciales se ubicaba como par capitalista, confundiéndose claramente: en el Indio escuchaba al que “mete” 80.000 en un recital, al que puede vender el dvd,  y omitía al artista, porque no hay en él un saber ni musical ni lírico, ya que sólo se limita a financiarlo y obtener sus propias ganancias con el arte de otro. Ya que ni siquiera puede diferenciar ideales de ideología. Quebraba el aura de la experiencia de escuchar por primera vez el disco con esa voz repulsiva y ansiosa de señor Burns, un personaje que lo habita y habla ventrílocuamente por él. “Es como que…” decía Pergolini y llenaba de tonterías espantosas propias de la lerda sabiduría de la multitud (Indio). Cuando el Indio expandía su concepción del arte, sus “escenografías musicales” y hablaba de líricas y de sus texturas, Pergolini contestaba con las onomatopeyas de la bestia rockanpop, aquel que no sabe cómo aportar un comentario inteligente y sólo está pensando: “Compré para mi casa la joya mejor, aquí la exhibo y la vendo de nuevo”. No permitía que escuchásemos mucho más, o no podía preguntar más hondamente cuando el Indio hablaba del miedo a la muerte: “el Yo que nos habita quiere seguir siempre siendo” o “no creo que permanezca la conciencia individual más allá de la muerte”. Pergolini no sabe dialogar, apenas sabe charlar o monologar, porque por supuesto…

PERGOLINI NO ENTIENDE

Libertad artística y economía: el histrionismo insoportable de Pergolini, admitido porque su poder económico lo hace  poseedor de un espacio simbólico que no supo volver sublime para los que sentimos una empatía sagrada con el arte del Indio, también reside en su sentido puro de la propiedad privada. Pergolini tuvo en dos horas la posibilidad de dar a conocer generosamente todo el disco del Indio, que éste llevó al límite de sus posibilidades, ya que no llegaba a tiempo, como el artesano que se queda sin dormir para entregar su tesoro de los inocentes y hacerlo visible en la mañana, para que el público pudiera conocerlo al menos casi todo. Pero se transformó en un objeto de la rock & pop, mezquinado, guardado, tres temitas y pensando en la posibilidad del hit “tema 8”, pero que nosotros no pudimos escuchar: para Pergolini el arte, todo el arte SIEMPRE es sólo mercancía, nunca hay artesanía ni arte, es producto y nada más y el artista es sólo un productor a secas. En su entrevista todo lo que le interesaba era saber cómo podía sostenerse un producto llamado Indio Solari, no un artista independiente que ofrece su obra otra vez. En una parte de la entrevista le dice al Indio “Tenés que leer el libro Free: Gratis”. Es decir, para Pergolini el libro se llama “Gratis”. Se trata del libro Free Culture, de Lawrence Lessig, donde se habla precisamente de lo contrario de lo que hace Pergolini: el subtítulo del libro es “Cómo los grandes medios usan la tecnología y las leyes para encerrar la cultura y controlar la creatividad”. Un libro que se distribuye gratuitamente y que por eso mismo puede copiarse indefinidamente. Dicho sea de paso, ya que Pergolini no lo aclaró, puede bajárselo en español desde aquí:

http://cyber.law.harvard.edu/blogs/gems/ion/Culturalibre.pdf 

Es decir, NO es una mercancía, sino un objeto cultural disponible para todos. Pero ni eso que es gratis puede ser ofrecido gratuitamente por Pergolini a su público: ni siquiera lo divulga. No hay donación para Pergolini, ni don, ni gracia. El sentido opuesto a eso que canta el Indio y Pergolini no entiende: “con ella soy rico gratis”. ¿Cómo se puede ser rico gratis? Sólo intercambio capitalista, toma y daca, propiedad pura. Por supuesto lo único que recordaba Pergolini del libro Free Culture era la parte que él traduce “Gratis”, en lugar de “Libre” y por supuesto también omitió la palabra “Cultura”. FREE CULTURE. Pergolini no escuchó el “Blues de la libertad” del Indio: “Mi amor, la libertad es fiebre / es oración, fastidio y buena suerte”.  Eso es un síntoma de lo que Pergolini puede entender del Indio y lo que puede preguntarle y sobre todo lo que puede y no puede escuchar. También es un síntoma que la entrevista haya sido hecha –omitiendo las cuestiones prácticas– en la casa de Pergolini y de allí haya distribuido la voz y la obra del Indio (mezquina y parcialmente, como sabemos): pareció el usufructo de un ícono en un predio de su propiedad privada. Pero los orígenes son tan distintos: el Indio, que ahora con toda justicia puede vivir con holgura en Parque Leloir ya que su genio artístico se lo permitió, no su mera astucia comercial, proviene de una Cofradía, una cofradía de flor solar, de un arte que fue en su comienzo autogestionario y teatral y nació de la escasez mucho antes de ser masivo; la cunita de Pergolini, niño bien, nació en el programa Feedback, con ese otro locutor de poco, de paño menor, el pai de la nafta espiritual llamado Ari Paluch, Pergolini estaba más cerca de los pechos mojados en las piletas de la tele y de esa metáfora “genial” que su esposa psicóloga todavía estará pesquisando: llamar a una productora de dos varones “Cuatro cabezas”. Un poeta fálico. Pergolini: el Indio NO ES Eduardo de la Puente. No te va a dar el pie para sostener tu boludez.

Porque en realidad Pergolini forma parte de esa “fauna monstruosa” que el Indio dice mirar en la tele y en el programa de Beto Casella ¿Puede un entrevistador que pertenece a otros modos de ver el mundo entrevistar al Indio si no comprende ese imaginario y su mundo? Si hasta tal vez el propio Casella, imagino, habría hecho una entrevista más honesta, porque hablaría desde la humildad y los límites de sus posibilidades: se hubiera limitado a ESCUCHAR. Pero Pergolini no distingue el “perfume de la tempestad” del olor a mierda de la inundación, porque por supuesto…

 PERGOLINI NO ENTIENDE

Y tampoco entiende los comentarios sobre el arte. Así describe Pergolini la tercera, bellísima canción del Indio: “Ceremonias en la tormenta”. Dice, literalmente: “Me parece que la construcción de tema está como maaaás…. es como que se va poniendo… va por el tercer tema, se está poniendo como más sustancia, como más, como, como…más cosas”. Transcripción textual, sic, véase en la grabación. ESO fue el comentario de Pergolini. Un hombre que maneja la palabra hace veinte años no puede elaborar una idea, llena su discurso de “eeeeeeeh… esteeeeeeeee…. como que….obvio…. oooooo…” Y así rompió el hechizo que tengo yo y cada uno de los que escuchamos ese tema: la ilusión de la magia de una canción que fue escrita “para mí”, para cada uno de nosotros. Y el Indio llevó el disco para mí, para nosotros, no para vos, Mario Bros., que deberías haber sido un heraldo, un puente, un difusor honesto y modesto y sincero de la voz del artista. Pero cada tema tenía tu sello rockandpopppp, cada tema bien pisadito, para que mi experiencia se quiebre y recuerde que eso es sólo una ilusión. Yo, al terminar la entrevista, me dije: “¿Era todo, pregunté? siempre una ilusa…”

Antes, cuando el Indio tenía dudas sobre la respuesta artística a su recital, dudas genuinas de un artista que, como lo decía acerca de Cerati, está interesado no sólo en llenar el estadio, sino en hacer valer la aventura artística, Pergolini le dice: “Los artistas no duran”. NO Pergolini. Los que no duran son los NO artistas como vos. Precisamente es a la inversa, y por eso vos no podés entenderlo. Porque para vos lo que dura es la inversión, porque eso quisiste decirle: si sos artista no podés durar, no podés persistir, para eso hay que transformar el arte en mercancía, en producción durable, en inversión productiva, en interés compuesto. SÓLO en mercancía, sin el plus de aquello que no puede intercambiarse. Para vos el precio del Indio reside en los que llenan su estadio y no en el valor artístico de lo que ofreció, que siempre es riesgoso. Y cuando el Indio habla del debe y del haber, lo hace en términos corporales, habla del cuerpo y de la vida bohemia, no de la caja y de la cuenta.  

Por eso para Pergolini los artistas no duran, ni dudan. Por eso no entiende, aunque lo simule, eso que hay de ritual en el “pogo más grande del universo”, no entiende la “ceremonia en el mar”, no entiende que el universo no es el mundo globalizado sino el cosmos del artista, no entiende que esos 80.000 van allí a buscar ESO, la fiesta pagana, la experiencia que alguien como Pergolini sólo podría expropiar desde su, más que aventura, joint venture: “Cuatro cabezas”. ¡¡¡cuatro cabezas, Pergolini!!! Tu marca de agua es Suar y Tinelli; la del Indio es Manal y Pescado Rabioso. Pero eso pasa porque… PERGOLINI NO ENTIENDE.

Y hay más, hubo mucho más, para hacer un tratado sobre arte y sociedad, sobre el arte en la era de la boludez.

EUGENIA STRACCALI, ricotera de la primera hora, ricotera tradicional, un poco maoísta, platense (lamentablemente) y tripera (a pesar de todo).

lunes, 13 de diciembre de 2010

Angel de los perdedores.

Podría tapizar su cuarto con los números telefónicos de esas doncellas desterradas con las que estaba acostumbrado a tratar.
Ese era, sin duda, su único lujo y su principal defecto.

Desde niño, funciono como una luz ultravioleta para seres desangelados, atrayéndolos como hipnotizados por ese brillo intencionalmente opacado por las drogas de turno. Perdedores reales, los cuales a diferencia de sus clones light televisivos, verdaderamente tenían el poder de atraer los rayos y la mediocridad.

Llego a mezclarse entre ellos, por el simple placer de saberse íntimamente superior en tanto y en cuanto, podía descubrir bajo ese velo químico, su brillo extremo, realzando todavía mas su personaje, y traspasando sin demoras esa capa impermeable que separa a los perdedores del resto del mundo.

Era, en esencia, uno mas de ellos. Demasiado bueno para contarse entre los infames, demasiado infame para llevarse el trofeo a casa.

Podía pasar años en estado social catatónico, solo por el placer de verse renacer de sus propias cenizas, una y otra vez, relamiéndose ante las miradas de ira de quienes lo creían ya muerto, sin saber que la muerte, para los tipos de su clase, se da cada día y a cada minuto, en pequeñas dosis no aptas para seres de este mundo.

Y así iba muriendo y renaciendo mil veces por día, ganando en cada parada, un nuevo acolito a sus innumerables fieles...

Es que quienes eran espectadores de su metamorfosis, se veían a si mismos tratando de repetir la experiencia en si mismos, sin notar la ausencia de alas y magia en sus corazones.

Lo conocí hace mucho, ya ni recuerdo cuanto (como si el tiempo fuera importante en los seres de su clase) e instantáneamente nos reconocimos como fuerzas antagónicas en una misma guerra. Él, de su lado, prometiendo la salvación a quien le diera a cambio el suntuoso regalo del brillo de sus pupilas. Yo, intentando descifrar en las suyas, esa ínfima diferencia que echaría por tierra ese antiguo postulado que rezaba lo aparentemente incuestionable... que el y yo, éramos el mismo personaje.

La belleza es lo que te da la felicidad.

La belleza atrae a malvados.


Ayer tuvimos el placer -erótico- de ver el comienzo una nueva edición del reality más careta y armado de la TV. Luego de la pegadiza música llegó el turno de JR de presentar a los "hermanitos", un grupo de nenes de oro rociados con Kenzo made-in-la-salada más minitas modelo 88' en adelante con ganas de plumas de ganso o un lugar en el programa "chimentero" de turno. Todo un lujo.


Hechas las presentaciones, nos encontramos con la historia de una chica que quiere pito, tiene barba y pide a gritos 400 lucas para agregarse un pedazo de algo con lo que no nació. Increíble.
¿Terminará pidiéndole consejos a la hija/o de Cher?.






La historia de cada uno de los partícipes de esta cosa llamada reality no viene al caso, pero no esperen que vayan al confesionario a pedir literatura para matar el tiempo, esto, a corto plazo, va a salir codificado.


Ampliaremos.