lunes, 13 de diciembre de 2010

Angel de los perdedores.

Podría tapizar su cuarto con los números telefónicos de esas doncellas desterradas con las que estaba acostumbrado a tratar.
Ese era, sin duda, su único lujo y su principal defecto.

Desde niño, funciono como una luz ultravioleta para seres desangelados, atrayéndolos como hipnotizados por ese brillo intencionalmente opacado por las drogas de turno. Perdedores reales, los cuales a diferencia de sus clones light televisivos, verdaderamente tenían el poder de atraer los rayos y la mediocridad.

Llego a mezclarse entre ellos, por el simple placer de saberse íntimamente superior en tanto y en cuanto, podía descubrir bajo ese velo químico, su brillo extremo, realzando todavía mas su personaje, y traspasando sin demoras esa capa impermeable que separa a los perdedores del resto del mundo.

Era, en esencia, uno mas de ellos. Demasiado bueno para contarse entre los infames, demasiado infame para llevarse el trofeo a casa.

Podía pasar años en estado social catatónico, solo por el placer de verse renacer de sus propias cenizas, una y otra vez, relamiéndose ante las miradas de ira de quienes lo creían ya muerto, sin saber que la muerte, para los tipos de su clase, se da cada día y a cada minuto, en pequeñas dosis no aptas para seres de este mundo.

Y así iba muriendo y renaciendo mil veces por día, ganando en cada parada, un nuevo acolito a sus innumerables fieles...

Es que quienes eran espectadores de su metamorfosis, se veían a si mismos tratando de repetir la experiencia en si mismos, sin notar la ausencia de alas y magia en sus corazones.

Lo conocí hace mucho, ya ni recuerdo cuanto (como si el tiempo fuera importante en los seres de su clase) e instantáneamente nos reconocimos como fuerzas antagónicas en una misma guerra. Él, de su lado, prometiendo la salvación a quien le diera a cambio el suntuoso regalo del brillo de sus pupilas. Yo, intentando descifrar en las suyas, esa ínfima diferencia que echaría por tierra ese antiguo postulado que rezaba lo aparentemente incuestionable... que el y yo, éramos el mismo personaje.

No hay comentarios: